sábado, 31 de mayo de 2008

Sueño de una noche de invierno

"y no tendrás que mendigar igual que un corazón loco"
- El gran combo
Abrió la puerta del balcón y se deslizó con levísimas pisadas peludas hasta su oído. Ella detectaba en la oscuridad, entre dormida y despierta, que tenía el peso de un par de zapatos. En medio del silencio de la noche, respiraba con la r, novedad re-conocida que la hizo acariciarlo. Tiene dientes afilados cuando muerde su mano y ella rasca detrás de su oreja. Rasca. Muerde. Rasca-Muerde. Rasca; muerde.

-Anoche tuve una visita de pequeñas dimensiones y reseca garganta de fumador. Durante toda la noche toco su nariz con la mía y yo le sentí los bigotes, los dientes y las asperezas. Inflexible, exigía el tacto de mis dedos.

Lucas dijo:

-No! No toques al lemur nunca más. El también me ha visitado deslizando sus intenciones por la ventana. Es un animal nocturno, dicen que sólo necesita de la primera vez, dicen que luego se instala, hace un nido, crece y se fortalece y nunca más se va. Una caricia le basta.

Anocheció por segunda vez. El lemur regresó insaciable, mullido, con sus dientitos afilados y su sed de amor. Ella no se le puede resistir a nada tan pequeño y suave en la palma de la mano, mucho menos a la media noche, si sabe que ha escalado tres pisos subiendo por la enredadera, corriéndose el riesgo de quebrarse una pata. Él mordía desesperado, como quien chupa, sin clavar los dientes, sin hacer daño. Ella acarició desesperada, como quien mece, a ciegas, sin ver.

Y allí estaba él cuando la luz se asomó entre las celosías. Un saquito de huesos con piel. Enormes ojos amarillados de pupilas dilatadas, soles de medianoche. Una lengua áspera y roja custodiada entre todo un repertorio de colmillos, a veces estrábica. Y el lento balanceo de la cola que no seguía ningún ritmo, todo en gris cenizas, era lo que ella había estado tocando con cada yema de cada dedo.

Lucas dijo:

-De ninguna manera. Esto no se queda así. Nos tenemos que deshacer del lemur antes de que sea demasiado tarde. Sabes que aquí no se permiten mascotas que muerdan y mucho menos que requieran cariños.

Ella no supo desafiar el tendedero que Lucas desmantelaba entre sus manos, la cuerda sin pinzas, la horca inminente. El lemur se contorneaba de un lado a otro, falto de aire, desorbitado entre la asfixia y su voluntad sobrenatural de sobrevivir, de correr a sus faldas, de mendigar caricias y clavar los dientes. El lemur escapó varias veces y se refugió entre sus brazos. Ella intentó protestar. Lucas estaba determinado a matarlo, pero no moría.

3 comentarios:

Horacio Gris dijo...

Me gustó muchísimo la delicadeza descriptiva/narrativa de la primer parte y me angustió mucho la parte final, aunque calculo que el lemur a esa altura ya podía ser una especie de cuervo y decir "nevermore".

saludos

Edgar Pou, ratá pypore dijo...

simplemente genial, maitei ndeve �Ana whoever you are

Cefzamo dijo...

En pocas palabras, la vida hecha letras