domingo, 10 de septiembre de 2006

Ars poética (1)


Cristino Bogado (1967)

De El dripping del tiempo (Diario de viaje)

NEGRO AULLIDO. 022
Nadie sabe que soy poeta. Porque si alguien lo hubiera sabido, si alguien hubiera por acaso traspasado el umbral de la existencia clandestina que la poesía lleva dentro de mí, yo sería otro para esta gente que forma mi entorno. Algunas veces, la soledad es insoportable y entonces comienzo a renegar de mi destino, sucumbo a un acceso de locura y estoy a punto de cambiarlo por un poco de placer frívolo y despreocupado, ese placer vaporoso que atenúa la profundidad de la mirada, que no duda en transigir con la naturaleza, que anhela ir a la deriva de los objetos de la realidad. Pero, siempre, al borde del abismo logro salvar mi secreto. Y sobrevivo. Hasta la próxima lucha. Porque mi poesía no tiene ninguna relación con una estética platónica, donde un aghatón descendería sobre el universo abyecto de los cuerpos para iluminarlos con su luz fundante y seminal... No. La poesía es más bien una agonía (en sentido griego) que fruto de un milagro. Un combate donde se corre siempre el peligro de perder la vida. Una escaramuza absolutamente corporal cuya esencia es salvar el instante. Esa ilusión fatal del tiempo que no tiene compasión con nuestros cuerpos. Sin la poesía se pierde en los dos frentes. Con ella se salva al menos la ilusión. Hasta el próximo instante. La soledad del poeta consiste en no poder gritar su triunfo al salir vivo de la magma ontopoética ni aullar su dolor cuando ha sido herido fatalmente. Lo trágico está en que no quedan huellas. Todo acontece siempre como una sombra que ha opacado momentáneamente nuestra figura. No quedan los poemas. Los poemas se viven. Por eso no tengo pruebas ni para mí de mi poesía. Sólo el instante abierto (el próximo instante) como un campo de batalla.

ENDRINA MUJER. 020
Nunca la he visto. Pero la conozco. La sé bella, de una belleza endrina. Ni la televisión ni las revistas, o la publicidad, la han profanado. Habita bajo el claroscuro de mi mano, en el límite donde hace eclosión la vida. Su voz es negra como el hálito del café. Su piel como el aroma del pan caliente. De todos modos, ella no me ama. Se ha despedazado en el espacio para confundirme y probar hasta un grado sádico mi devoción. A veces, la encuentro en un burdel ofreciéndome agua pura; otras, en los ojos, de altísimo silencio, de una niña en plena calle, en pleno día. Su seno tiene demasiado fuego para una sola mezquina mano. Su oído conoce toda la historia humana como para sucumbir ante la la palabra. Su boca sabe a lágrima que mana de un corazón alegre. Y su útero, su útero ha fundido mi cuerpo a golpes de humedad y aislamiento. Me la sé como la risa, de una forma intempestiva y total. Diría que no está dentro de mí, sino al contrario, que ella me envuelve, discreta y visceralmente, como lo hace el color o la música. Resumiría que vivo sobre ella, adherido a su superficie como un hongo, sorbiendo su jugo monoteísta, borracho de nostalgia, muerto de vida.
fuente:
autoresactuales/poesiadelParaguay/Bogado.asp

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es que uno encuentra un poema y lo escoge apresuradamente. Le dice hallazgo y lo cuida en la mente,
de pronto hay otro poema
y otra prosa poema, el poema

y otro y más...

el que escribe sigue escribiendo y por eso existe


ahoar vendré siempre a encontrarme con los poemas.